El rigor es lo primero que se percibe al observar los retratos de Rineke Dijkstra. A medida que los vemos uno tras otro, cruzando el tiempo juntos, su enfoque frontal y la meticulosa composición establecen una conexión entre las ocho series presentadas en esta exposición. Una de las más reconocidas es aquella en la que capturó a adolescentes en diferentes playas del mundo durante la década de los 90. Ucrania, Polonia, Estados Unidos y Países Bajos fueron algunos de los escenarios donde estas imágenes tomaron forma, convirtiéndose en un estudio visual de la transición de la niñez a la adultez. Dijkstra utiliza un método invariable: los retratados están de pie, con el mar como fondo y el horizonte a la altura de sus caderas. Aunque el encuadre se mantiene constante, el resultado final está siempre influenciado por los caprichos del cielo y el mar.
El eco innegable entre los retratos de Rineke Dijkstra y ciertos elementos de las grandes obras pictóricas ha sido destacado en varias ocasiones. En una de sus imágenes más icónicas, Venus se manifiesta en una joven adolescente con traje de baño verde, cuya postura remite al contrapposto de la diosa en la obra de Botticelli. Lo que resulta intrigante en estas resonancias entre la fotografía de Dijkstra y la pintura es el equilibrio entre la puesta en escena y el azar. La artista lo admite: “El calco nunca funciona”. Y es cierto: cuando se intenta copiar, ¿cómo transmitir la autenticidad de ciertas emociones? La joven capturada en la fotografía proyecta un abanico de sentimientos que se hacen palpables en los pequeños detalles: la irregularidad del tono de su piel, la arena adherida a sus pies. Gracias al gran formato, estos matices se revelan con toda su intensidad.
Otra serie emblemática en la carrera de Dijkstra es Almerisa, que retrata a una niña bosnia que la artista comenzó a fotografiar en 1994, tras la huida de su familia de la guerra en Yugoslavia. Su primer encuentro ocurrió en un centro de refugiados en los Países Bajos, marcando el inicio de un proyecto que aún está en desarrollo. A lo largo de los años, Dijkstra ha construido un vínculo con su retratada, a quien ha fotografiado aproximadamente cada dos años bajo el mismo principio: en un entorno neutro, sentada en una silla. Esta silla, al igual que Almerisa, ha cambiado con el tiempo. En esta serie, el espectador presencia la evolución de una niña refugiada, que se convierte en adolescente, luego en mujer y finalmente en madre. En una entrevista con el Guggenheim, Almerisa Sehric menciona cómo este objeto también refleja su transformación: “La silla cambia, se vuelve más hermosa, desde aquella de plástico en la que Rineke me fotografió por primera vez”.
La exposición también presenta su famosa serie de parques, desde Tiergarten en Berlín —realizada a finales de los 90 durante una residencia artística en la ciudad— hasta Vondelpark en Ámsterdam. Cada imagen documenta el paso de la adolescencia en jóvenes de distintos países. Dijkstra se inscribe en la tradición del retrato, pero logra transformar esta disciplina en algo único, impregnado de realismo y humanidad.
En otro de sus impactantes trabajos, nos encontramos con grandes retratos de mujeres captadas pocas horas o días antes de dar a luz, y luego con sus recién nacidos en brazos, con rastros de sangre recorriendo sus piernas. Estas imágenes, que raramente se ven en el mundo del arte, capturan en un solo instante la intensidad emocional de un evento tan trascendental como el nacimiento de un hijo. Así, Dijkstra rinde un homenaje profundo y necesario a la maternidad.
Desde las transformaciones sutiles e imperceptibles hasta aquellas que se imponen con fuerza, Rineke Dijkstra les otorga dignidad y relevancia. Armada con su cámara analógica de gran formato 4×5, su trabajo se caracteriza por una puesta en escena directa y una luz que oscila entre lo frío y lo natural. Su método, pausado y reflexivo, se ha mantenido constante desde sus inicios, cuando esta era la única forma de lograr la nitidez deseada. En un mundo donde la fotografía se ha vuelto instantánea y efímera, su enfoque adquiere un valor singular, permitiéndonos contemplar la realidad con una mirada profunda y sin prisas.